lunes, 19 de enero de 2015

"El dueño de nuestra sonrisa" por Jaime Ricardo Gómez

Gracias a la colaboración de @ArchivoEN pude obtener una copia de esta carta dedicada a Pedro Padrón Panza que ya había podido leer en la valiosa lista del grupo yahoo de Tiburones de La Guaira

"El dueño de nuestra sonrisa" fue escrito por el narrador y comentarista deportivo Jaime Ricardo Gómez, quien con una enorme pasión dedicó estas palabras a Pedro Padrón Panza. A Jaime agradezco en principio regalarnos este gran artículo, y darme la autorización de transcribirlo en mi blog y compartirlo con todos ustedes en un momento que me parece bien oportuno.

Este artículo fue publicado por el Diario El Nacional el domingo 15 de octubre del 2000, en la sección de Deportes, página B4. La copia escaneada la pueden observar al final de este "post".

El dueño de nuestra sonrisa

En la última jornada de la temporada regular 98-99, los Tiburones de La Guaira tuvieron que ir a un partido extra para definir su clasificación.

Dicho partido se jugó el 2 de enero de 1999 cuando el señor Pedro Padrón Panza vivía, aunque bastante enfermo, y su hijo Perucho no se imaginaba que en diciembre de ese año todo el litoral, incluido él y su familia, seria arrasado por la naturaleza.

Esta nota fue escrita pocos días después de ese juego extra impresionado por el lleno a reventar del Universitario y la fervorosa pasión mostrada por la fanaticada guaireña. La primera intención, antes que publicarla, fue hacérsela llegar a Padrón en su lecho agonizante para darle una gota de satisfacción personal pero la muerte se interpuso a este deseo y luego de reposar por varios meses en el desorden de mi escritorio la desempolvo ante la esquela póstuma de su hijo aparecida en la prensa y la inmediatez de un nuevo torneo.

A Pedro Padrón Panza nunca tuve el privilegio de conocerle. Apenas una entrevista telefónica para nuestro programa radial en una emisora litoralense había marcado una relación con tres iniciales que manejo en los archivos de mi memoria desde los albores de mi infancia. Pero por alguna extraña razón no podía apartarlo de mi mente atrincherado en las gradas del Universitario (la reventa me prohibió comprar tribuna para todo mi grupo familiar) aquel inolvidable sábado 2 de enero de 1999.

Lo sabía sí, convaleciente. Y a medida que la intensidad de la samba subía y las enrojecidas gargantas de los miles de aficionados guairistas tupían el ambiente con acompasadas consignas y se respiraba un aire de mar embravecido... infestado, como reseñan las crónicas y cuentos al hablar del mar con tiburones, en esos instantes de éxtasis no cesaban de llegarme sus imágenes en el lecho pétreo de la clínica. Con ironía, pensaba que el gran dueño, a quien verdaderamente pertenecía el origen de esa locura colectiva, no podía estar presente para disfrutar el único momento de euforia que nos habíamos permitido en los últimos ocho años.

Estos últimos años en los cuales verdaderamente descubrí cuán duro puede resultar ser fanático de algún equipo, pues hasta entonces ser de los Tiburones de La Guaira resultaba más que fácil, agradable. Nos identificábamos a viva voz y con una sonrisita sabrosona y con sorna dibujada en los labios, aderezando nuestro calificativo con algún comentario irónico y burlista hacia caraquistas y magallaneros. Símbolos del pasado anquilosante y de la masa ovejuna tradicional. Ser guairista significaba ser pues: actual, diferente, jovial. Era la nota más chévere del momento. ¿Cómo explicarlo? Bueno, quizás pudiera ser parecido a lo que sienten los chavistas hoy en día tratando con adecos y copeyanos.

Mi feliz y escuala adolescencia transcurrió viendo como Enzo y Remigio hacían fáciles rutinas los dobleplays imposibles. A Casanova con su 30-30. A Aurelio, Rooker y Tiant pintando de blanco a sus rivales. A Cardenal comiendo, home y... pare usted de contar. Gracias Padrón.

Los 80 en mi etapa adulta me volvieron "guerrillero" y bajo las órdenes del Comandante Guillén montamos la mayor fábrica de campocortos del planeta con Polidor, Pedrique, Argenis y Café. Carrasco fue el socio ideal para sus fantasías en el cuadro apuntalados por las garrochas encendidas de Salazar y Monasterio, todos resguardados en la ambigüedad del general Pérez Tovar: sutil y angelical con el guante, demoledor y diabólico con el madero. Mientras esa "guerrilla" tomaba por asalto los diamantes del país, "Pañuelito" y la samba se encargaron en convertir la tribuna derecha del universitario en el hervidero de emociones colectivas más explosivo del Caribe. Propios y extraños disfrutamos de esa fiesta multicolor donde empezaron a ir las pavitas sifrinas al estadio y se rompió la barrera social que hasta entonces estigmatizaba a los fanáticos del béisbol. Gracias, mil gracias Padrón.

Pero de repente... ¿Qué pasó? ¿A dónde se fueron aquellos cantos apasionados y las sonrisitas de nuestros rostros? Parecía que el ejército había terminado con "la guerrilla" o que Hernancito no sólo se llevó a Gustavo sino que había arrasado con todo el clubhouse de La Guaira.

Por extraño sortilegio (como cantaba Zavarce), de repente, toda la culpa fue suya:

   - Padrón tiene que venderle el equipo a Guillén y Salazar.
   - Padrón no le quiere pagar a los importados.
   - Padrón no busca peloteros buenos.
   - Lo que pasa es que Padrón muy pichirre.

Así intercalábamos las derrotas con los sinsabores, conjugando el verbo doler en todos sus tiempos con Padrón como sujeto en todas oraciones, año tras año; temporada tras temporada hasta este enero de 1999.

En el trayecto se quedaron las súplicas, reclamos y pataleos del Musiú y José Ignacio Cabrujas, escualos acérrimos quienes, cada cual en su medio de comunicación, se hicieron portavoces de nuestro dolor colectivo pero estoy seguro que ese sábado, dondequiera se encontraran, tenían la mano derecha erguida y empuñada gritando acompasados su eeehhh La Guaira, ¡uh!

A partir de ese 2 de enero he recuperado una personalidad que asumía extraviada hacia varios años. Volví a ser alguien en el contexto capitalino en el cual eras caraquista o magallanero sino no existías. Recuperamos la sonrisa, si bien sin el dejo burlón de otrora, pero sonrisa al fin y al cabo. Volvimos a soñar. Sueño, luego existo. Gracias por devolvernos nuestro lugar en el planeta Padrón Panza.

¿Será que aparte de su B.B.C. también usted es el dueño de los sueños y sonrisas de los miles de seres que desfilamos por el universitario ese 2 de enero?

De ser así, por favor cuídelos. No deje nuestros sueños morir y permita que esa sonrisa permanezca en nuestros rostros, aunque ya no sea tan burlona como la de antes.


Cortesía de @ArchivoEN

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